No quería llegar tarde, así que cogí un taxi para ir al curso de la Alliance Française. El conductor, de aspecto británico —ojos claros, tez rosada, camisa abotonada hasta arriba— me recibió con un gesto afable, asintiendo con una sonrisa y volviendo la vista al frente. Le saludé y bajé ligeramente la ventanilla para observar la delgada cinta de luces carmesíes que alumbraba la ciudad.
Buenos días