Me gustaría desearos unas felices fiestas. Este año, al igual que muchos, he dudado del sentido del tiempo, de la felicidad y del amor. Aún tengo en mis auriculares el discurso de la psicóloga del podcast, que se centraba en vivir el presente: «el problema radica en proyectar hacia el futuro o hacia el pasado. La mente se adueña de nosotros e impone su relato, su narrativa, en la que al estar desconectados del hoy nos vemos asfixiados. En estos casos es bueno probar a hacer una actividad: cocinar, leer… El hecho de actuar nos saca de esa dinámica».
Los problemas existen, pero hay que relativizarlos. Paloma insiste en que anime mis letras, que son tristes. Delaossa canta «necesito vivir mal pa’ escribir bien» y esa es la filosofía con la que me identifico. Quizás esté descontento e inconformismo es el fruto generacional del siglo XXI. Mi tía Cristina así lo expresaba: «la gente de la clínica no es feliz en su trabajo, no disfrutan de lo que hacen, se quejan y su ética y proactividad es menor». No seguía el sexagenario punto de vista de Arturo Perez-Reverte, que nos tachaba de generación cristal (véase la movilización juvenil ante los desastres de la DANA en Valencia), sino que hacía alusión a un desazón generalizado, incluso para aquellos que alcanzaban sus escenarios soñados.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La sobrecarga de estímulos nos hace pensar que nada de lo que tenemos es suficiente: las nuevas Nike que lleva Lucía, el viaje a Sri Lanka de Raúl, el salario de Lidia, el macrofestival belga… Todo se mide y se compara, dejando a su paso blue mondays, incomprensión y lagunas. Una constante búsqueda en los parajes de La Torre Oscura, esa saga de Stephen King donde los claroscuros dominan. Podría proyectarse como una sesión nocturna de cine: palomitas en mano, luces apagadas y expectación. Sin embargo, lo que escuchas como banda sonora es una desgarradora melodía del Titanic, mientras en la pantalla aparece un letrero que reza: game over.
En momentos así es natural sentirse abrumado, pero, ¿acaso no es cierto que lo único que no tiene solución es la muerte? La vida merece la alegría. Solo el hecho de hacer el planeta un lugar más habitable ya reporta paz. Cuando sientas desasosiego piensa en quien no tiene lugar para ello. Mi abuela jodida de la pierna y yo sin correr más de tres kilómetros. Mi amigo Joaquín se come el mundo y yo sin ambición. Macarena lleva cinco años enfrentándose al cáncer y yo sigo permitiendo que mis miedos escénicos me derroten.
Hay seres de luz ahí afuera esperando a compartir su brillo. Hay atardeceres que esperan tus ojos, orgasmos en lugares públicos que llevan tu nombre, individuos que con palabras cercanas abren una retahíla de anécdotas, goles de puntera en las pachangas, conciertos para llorar como una magdalena, chistes con los que estallarte de la risa… Y personas que se marcharon orgullosas de quien eres.
Si no tienes fuerzas por ti mismo, hazlo por ellos.
Mi lección es que hay infinidad de aire fresco, soplando, con ganas de levantar al personal por los aires, como si un paraguas al estilo de Mary Poppins y el viento bastaran para volver a soñar. Lo dicho, feliz Navidad.