Las decisiones son tristes porque cada una esconde una despedida. Elegir es dibujar una línea en el mapa y, al mismo tiempo, tachar un sinfín de sendas. Cada giro, cada paso, cada viaje abre un mundo y clausura otro. Como los ramilletes de un fresco impresionista —quizás uno de Monet, colgado en alguna sala del Musée de l’Orangerie—, las rutas se expanden sobre el muro de nuestra vida, pero solo una conserva el trazo alzado, libre.
Hay que decir adiós a las distintas versiones de uno mismo. Es un acto difícil, pero necesario. Justo, incluso. Tendrás que escoger entre una carrera u otra, entre marcharte al extranjero o quedarte en el pueblo que te vio nacer, entre Estrecho y Alvarado o la línea 10 rumbo a Chamartín. Y mientras caminas, sin quererlo, dejarás atrás a esos otros tú que, desde la grada, te mirarán con una mezcla de respeto, nostalgia y resignación.
Y sin embargo, hay algo hermoso en todo esto: elijas lo que elijas, la rama de tu árbol seguirá creciendo. Con hojas torcidas o brotes luminosos, pero creciendo. Idealizar lo que no fue es un juego cruel; cada opción lleva consigo su maraña. Ese escenario perfecto que imaginas si hubieras actuado de otra forma no es más que un espejismo, un decorado de cartón piedra. En su día elegiste como mejor supiste. Volverías allí, y volverías a hacerlo igual.
Hay que aprender a soltar. No se puede abrazar cada liana. Nadie puede —de verdad— ser campeón de España de maratón, como mi amigo Jorge, y al mismo tiempo doctor en ingeniería agrónoma, cantante de éxito o surfero profesional. No dudo de nuestras capacidades, pero sí de cuánto podemos y queremos abarcar sin rompernos. En este ruido constante de cuerpos perfectos, vidas admirables e influencers con brújula, uno se deslumbra y se confunde. Aspira a todo y se diluye en la nada.
Recuerdo cómo me despedí de mi tortuga Taruga al soltarla en un estanque, después de que me acompañara durante toda mi adolescencia. O cuando emprendí mi camino a África con una mochila y las incertidumbres a cuestas. Todo eso dolió. Todo eso fue vida.
Así que detente y pregúntate qué deseas en lo más hondo. No postergues esas decisiones que importan, aunque pesen. Y recuerda: lo que elijas será tuyo. Solo tuyo. Único. Irrepetible.
Y con eso, créeme, basta.
Decisiones son caminos. Y las decisiones de los demás hacia nosotros son lo que podan nuestras ramas. Y hacen crecer otras. Más hermosas o no. Eso depende de nuestras elecciones. Camina o rebienta. Un buen lema dicho por quien decidió por mí e hizp crecer una rama y una versión de mí que jamás soñé.
Gracias por poner a Will como imagen (una de mis pelis sagradas)
Muy bonito, gracias :)